A mediados de Octubre del pasado
2014 publiqué en este blog un post titulado “Qué fue de nuestra
Institución Libre de Enseñanza” que, al poco, colgué en Linkedin y que no
fue sino el comienzo de una serie de publicaciones acerca de cuánto y cómo me ocupa investigar un modo de
que la educación que nosotros recibimos pueda mejorarse, en qué
terrenos, con qué instrumentos y
pudiendo colaborar entre quiénes,
porque para estos menesteres lo último es, y la vida me lo ha demostrado
machaconamente, considerarse “un francotirador que cree haber visto la luz”. Alguien poco útil.
He conocido iniciativas
realmente creativas que se están desarrollando en América Latina y en España. Sentirme enfrascado en tal tarea a edad madura regala
a mi vida una dirección muy clara y útil que nunca antes había experimentado pese
al largo tiempo entregado al Derecho,
como abogado, y a la política en diversos cargos y ocupaciones desde la tierna
juventud.
Fue, precisamente, la política lo
que me acercó a interesarme por la Institución Libre de Enseñanza, el enorme,
aunque breve, experimento decimonónico que alumbró España en 1876 hasta que
Franco dio
al traste con aquella idea que se había
inspirado en la filosofía krausista
para, desde ella, trabajar en pos de alumbrar mejores personas. Me permito
incorporar un párrafo del post ya citado:
”La Institución Libre de Enseñanza (I.L.E.), nacida de las ideas del
filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, creador del “krausismo”,
suponía, en esencia, una regeneración en
las costumbres, una modernización
a partir de la creación de
un nuevo tipo de persona capaz de
tener criterios propios, afán de autocrítica y de crítica constructiva, capaz de hacer frente al descalabro social y
moral del país; una persona culta e
instruida. Una persona con un proyecto o, en todo caso, capaz de sumarse plenamente a un proyecto de auténtica regeneración
social, cultural, ética e incluso moral del país. La I.L.E. proponía una regeneración individual y
colectiva”.
Se comprenderá que me
tiente volver atrás. Pero si sólo se tratase de la I.L.E. no sería justo.
Porque ya he mencionado las interesantes iniciativas latinoamericanas y españolas que
trabajan, casi en silencio, por ayudar a las criaturas a ser mejores en cada
aspecto de su yo. Las fuentes de la ILE, o Platón, Aristóteles, Sócrates, los
grandes maestros, viven dentro de los proyectos citados, que surgen con la idea
de ayudar a construir mejores personas.
Porque la escuela, la educación, necesita reinventarse. El paradigma actual ha de
ser superado. En las aulas –y llamo a recordar el pasado de muchos de nosotros-
están firmemente instalados (para el profesorado y alumnado por igual) el tedio, el aburrimiento y la falta de
motivación. Se imparten materias puramente curriculares, estáticas, sin
movimiento. Vivimos inmersos en un “centramiento ciego” –según bastantes expertos-
sobre los contenidos puramente
curriculares. Y no parece que interese, vista la perspectiva histórica, cambiar
eso.
Pero, ¿que no
interese a quién? ¿Al “sistema”? y,, ¿El
Sistema no somos todos nosotros?
Tengamos en cuenta
que en las escuelas, colegios, institutos, academias, incluso facultades, se
habla, siempre en teoría, de solidaridad, igualdad, cooperación, paz, felicidad
pero,
en cambio, se educa en la competición,
que es la premisa mayor de los conflictos; se machacan el individualismo,
la discriminación,
el condicionamiento, la violencia emocional y el materialismo como si se tratase de “asignaturas latentes” que la
educación actual inocula en nuestra descendencia ante nuestros ojos y –me
pregunto si es así realmente- nuestro asentimiento culpable.
De esta forma, enseñar
se convierte, como dicen algunos expertos, en “un proceso de reproducción
simbólica” del statu quo que no abre
sino que, muy al contrario, cierra las puertas a la creatividad, puede que el instrumento más valioso que traemos de serie los seres humanos.
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