La Enseñanza, así con mayúsculas, ha de tener un fin primordial: entrenar el buen comportamiento de los
seres humanos. Ésta ha de ser la clave de bóveda de la Nueva Educación.
No estoy descubriendo nada nuevo.
Lo han dicho muchas veces importantes expertos. Por único ejemplo, para no
cansar con datos, Adela Cortina,
catedrática de Ética y Filosofía Política y autora de varias obras
imprescindibles, afirma que la calidad
educativa ha de formar ciudadanos justos además de buenos profesionales.
Todas y cada una de las
iniciativas legislativas que en los últimos cuarenta años han sido en España, LOMCE incluida, presentadas y
defendidas como intentos de mejorar la calidad educativa, han fijado su foco en
educar para aumentar la competitividad de la economía
y el nivel de prosperidad del país a través de poder alcanzar puestos de
trabajo de alta cualificación, en pos de un supuestamente consecuente crecimiento
económico.
No puedo dejar de ver esta última
tentativa como una rendición a lo científico-técnico. Es profundamente equivocado poner el foco sólo
en ello olvidando la
parte de la cultura en el más amplio sentido, el importantísimo vértice referido a los valores, a las
virtudes en sentido laico, al comportamiento de las personas. Y no me refiero a
la igualdad de oportunidades, tan maltratada en la LOMCE, sino al puro monocultivo de las habilidades técnicas
en detrimento de las competencias convivenciales, porque es un lugar casi común
con los proyectos y leyes que precedieron a ésta en España.
La nueva educación sabe que el
inconsciente se puede educar. Se puede entrenar. Y lo ha de hacer.
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