Los padres, en general,
afrontamos la adolescencia de nuestra descendencia con cierto terror. Y se nos
nota. Como cualquier ser que lo huele, el/la adolescente hinca el diente allá
donde aprecia que puede. Es ley de vida. Nosotr@s también lo hicimos aunque no
lo recordemos.
L@s adolescentes tienen hambre. Hambre de crecer, de ser mayores.
Imita lo que ven, y si lo que ven es miedo, miedo proyectarán en sus actos.
Son muchos y muy sesudos los
estudios que nos hablan de por qué los
adolescentes se rebelan y sus comportamientos son a menudo tan contrarios a
lo que deseamos los padres que sean: buscan
la atención de los mayores, normalmente del padre y la madre.
Siempre insisto en La Dedicación
como la gran asignatura pendiente de las parejas actuales, más aún si ambos
trabajan fuera de casa: no sólo los bebés requieren atención; también las
preguntas incómodas piden contestación sincera (un “no lo sé” puede ser suficiente si se dice con cariño).
Sobre todo, cuando las criaturas frisan la adolescencia -cada día que pasa, lo hacen antes-, lo que buscan, la atención, se concreta sobre todo en la escucha.
Y los mayores, que solemos llegar a casa
con ganas de descansar, no estamos en disposición de escuchar cosas que
nosotros pensábamos y decíamos y a las que tampoco nuestros padres solían hacer
caso. Otra ley de vida.
Si a eso le sumamos los malos
modos, la rebeldía, las contestaciones que piden
a gritos un bofetón bien dado, las llegadas más tarde de la hora señalada
porque han estado por ahí, nuestro
aguante suele ser puesto a prueba.
Es cuestión de probar, entiendo.
Los mayores tenemos experiencia que, entre otras vivencias, alcanza nuestra adolescencia.
¿Qué echábamos en falta? ¿Qué nos
sobraba?
Atención y Reglas son la
respuesta en todos los casos -el mío
incluido- que conozco. Que nos hagan
caso de verdad porque sintamos que nos escuchan. Y que
desaparezcan las reglas. Porque la adolescencia, siendo una etapa de transición
muy marcada, busca inconscientemente la actualmente famosa zona de confort: vivir sumid@ en la incomprensión es muy cansado, y
tira lo fácil.
Como padres, nuestra obligación
es que no tiendan a lo fácil. Si no, reflexionemos acerca de cuántas veces nos
hemos dicho “si mis padres me hubiesen
apretado más por aquí…”
Cuando tienen problemas con
determinadas asignaturas les buscamos un
profe particular. Y eso está bien, sobre todo si da resultado. Pero no
solemos caer en la cuenta de que la carencia puede ser más profunda porque l@s
adolescentes carecen de sistema de
organización: aprender a aprender y a disfrutar aprendiendo.
La adolescencia es una maravilla
a la que no hay que tener miedo, sino poblarla de amor y atención.
Y una de las
herramientas más valiosas para el futuro es saber autoorganizarse.
Eso no se enseña, normalmente, en
ninguna escuela ni colegio.
Pero puede enseñarse. Y aprenderse.
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