Es, sin lugar a dudas, el próximo
gran reto empresarial. Y social. No me cabe duda. Una cuestión cultural. De darle un golpe de
timón a nuestra cultura, quiero decir. Porque ésta nuestra es una cultura donde
predominan lo individual, la iniciativa particular y el pensamiento propio, no en balde se dice
que tod@s llevamos dentro un presidente del gobierno y un seleccionador de
fútbol.
Traemos desde la cuna una serie
de hábitos que nos marcan. Veamos lo que dice Julián Marías en “Ser Español” : “el pueblo
español es poco utilitario, y antepone su pasión y sus humores a su
conveniencia”. También dice que nosotros
“…no nos quedamos en las distancias
medias –las de la cooperación y la actividad social- como los países
desarrollados, sino que nos proyectamos a distancias extremas: para esta misma tarde, o
para toda la vida”.
Decía, por su parte, Ramón
Menéndez Pidal en “Los españoles en la Historia” que “…se da en el español…un
cierto desinterés …y descuido del trabajo productivo…”, en consonancia con
lo que más tarde denominaría el citado Marías
una “ extraña fatiga” en el orden organizativo y laboral.
Pienso, sin disentir de tan importantes pensadores, que si hemos sido
capaces –para lo bueno y para lo malo-
de subirnos al tren europeo aunque sea a trompicones, somos
perfectamente capaces de mejorar si nos lo proponemos.
Soy, quiero ser, optimista al respecto. No comparto eso que se decía en
el 98 del siglo XIX sobre que “éramos y
somos una nación absurda e imposible”. No es de recibo que llevemos tantos años –siglos- fustigándonos acerca de nuestra
idiosincrasia. Somos como somos. Perfectamente capaces de mejorar. Como lo
somos, está demostrado, de empeorar.
La crisis, sin ir más lejos, nos está empujando a cambiar a grandes
zancadas: somos más conscientes, más exigentes, más solidarios, estamos
comprobando cómo la unión (véanse Las Mareas) ha sido capaz de doblar el brazo
de quienes se sentían omnipotentes.
Pero queda mucho por hacer. Hay
que aprender a amar la perseverancia, la
formación y la inteligencia como amamos a nuestr@s hij@s. Y aprender a proporcionarles
aquello que es bueno: una educación que priorice el lado humano de la vida sin
olvidar los conocimientos que hacen falta para ser mejores. Pero no sólo mejores
profesionales sino también mejores personas. Competentes humana y
profesionalmente. Si en el Siglo de Oro los centroeuropeos nos consideraban –no
sin alguna razón, aunque hayamos sido, sin duda, buenos caballeros de haber tenido buen señor- “…codiciosos,
indolentes, capaces de un heroísmo vago, hidalgos crueles…”. Mostrémosles que
eso se acabó.
Ahora conocemos las herramientas y sabemos usarlas. Es cuestión de
querer hacerlo.
Si, como dice el ya nombrado Julián Marías, “…somos lo que
creemos ser…”, cambiemos nuestro paradigma e instalémonos en la virtud
aristotélica, persigamos la excelencia y seamos capaces, de una vez, de
trabajar juntos y en cooperación.
A la vez que damos a nuestr@s hij@s una educación de
verdad, apliquémonos el cuento y hagamos cambios. Si ahora mismo las
instituciones están temblando a causa de los movimientos ciudadanos que las
ponen en cuestión, hagamos lo mismo con nuestra costumbre de caminar sol@s para
que no nos pisen el callo.
En la unión está el futuro. Aquel axioma que muchos
abrazamos a principios de los 70 del pasado siglo “Small is beautiful –lo pequeño es hermoso-“ se lo está tragando la globalización. Es una
realidad. Dura y antipática, pero que está aquí. Ahora se trata de ser grandes
para poder competir. Grandes y capaces.
Puede que sinergia sea la palabra del futuro. Sinergia
como concurso activo y conectado de varios órganos para realizar una función
(RAE). O trabajar en red. O fusionar iniciativas. En cualquier caso, colaborar.
Dejar atrás el senequismo innato, el individualismo por apatía, el deficiente
concepto de lo colectivo que decía Ramón Menéndez Pidal.
Propongámonos ser mejores.
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