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miércoles, 3 de diciembre de 2014

TRABAJAR JUNT@S. COOPERAR. FUSIONAR. HACERNOS (más) FUERTES



Es, sin lugar a dudas, el próximo gran reto empresarial. Y social. No me cabe duda.  Una cuestión cultural. De darle un golpe de timón a nuestra cultura, quiero decir. Porque ésta nuestra es una cultura donde predominan lo individual, la iniciativa particular y  el pensamiento propio, no en balde se dice que tod@s llevamos dentro un presidente del gobierno y un seleccionador de fútbol.

Traemos desde la cuna una serie de hábitos que nos marcan.  Veamos lo que dice Julián Marías en Ser Español” :  “el pueblo español es poco utilitario, y antepone su pasión y sus humores a su conveniencia”. También dice que nosotros  “…no nos quedamos en las distancias medias –las de la cooperación y la actividad social- como los países desarrollados, sino que nos proyectamos a distancias extremas: para esta misma tarde, o para toda la vida”. 

Decía, por su parte, Ramón Menéndez Pidal en “Los españoles en la Historia” que “…se da en el español…un cierto desinterés …y descuido del trabajo productivo…”, en consonancia con lo que más tarde denominaría el citado Marías una “ extraña fatiga” en el orden organizativo y laboral.

Pienso, sin disentir de tan importantes pensadores, que si hemos sido capaces –para lo bueno y para lo malo-  de subirnos al tren europeo aunque sea a trompicones, somos perfectamente capaces de mejorar si nos lo proponemos.

Soy, quiero ser, optimista al respecto. No comparto eso que se decía en el 98 del siglo XIX sobre que “éramos y somos una nación absurda e imposible”.  No es de recibo que llevemos tantos años –siglos-  fustigándonos acerca de nuestra idiosincrasia. Somos como somos. Perfectamente capaces de mejorar. Como lo somos, está demostrado, de empeorar.

La crisis, sin ir más lejos, nos está empujando a cambiar a grandes zancadas: somos más conscientes, más exigentes, más solidarios, estamos comprobando cómo la unión (véanse Las Mareas) ha sido capaz de doblar el brazo de quienes se sentían omnipotentes.

Pero queda mucho por hacer. Hay que aprender a  amar la perseverancia, la formación y la inteligencia como amamos a nuestr@s hij@s. Y aprender a proporcionarles aquello que es bueno: una educación que priorice el lado humano de la vida sin olvidar los conocimientos que hacen falta para ser mejores. Pero no sólo mejores profesionales sino también mejores personas. Competentes humana y profesionalmente. Si en el Siglo de Oro los centroeuropeos nos consideraban –no sin alguna razón, aunque hayamos sido, sin duda, buenos caballeros de haber tenido buen señor- “…codiciosos, indolentes, capaces de un heroísmo vago, hidalgos crueles…”. Mostrémosles que eso se acabó.

Ahora conocemos las herramientas y sabemos usarlas. Es cuestión de querer hacerlo.

Si, como dice el ya nombrado Julián Marías, “…somos lo que creemos ser…”, cambiemos nuestro paradigma e instalémonos en la virtud aristotélica, persigamos la excelencia y seamos capaces, de una vez, de trabajar juntos y en cooperación.

A la vez que damos a nuestr@s hij@s una educación de verdad, apliquémonos el cuento y hagamos cambios. Si ahora mismo las instituciones están temblando a causa de los movimientos ciudadanos que las ponen en cuestión, hagamos lo mismo con nuestra costumbre de caminar sol@s para que no nos pisen el callo.

En la unión está el futuro. Aquel axioma que muchos abrazamos a principios de los 70 del pasado siglo “Small is beautiful –lo pequeño es hermoso-“  se lo está tragando la globalización. Es una realidad. Dura y antipática, pero que está aquí. Ahora se trata de ser grandes para poder competir. Grandes y capaces.

Puede que sinergia sea la palabra del futuro. Sinergia como concurso activo y conectado de varios órganos para realizar una función (RAE). O trabajar en red. O fusionar iniciativas. En cualquier caso, colaborar. Dejar atrás el senequismo innato, el individualismo por apatía, el deficiente concepto de lo colectivo que decía Ramón Menéndez Pidal.

Propongámonos ser mejores.

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