Observemos a este bebé. No
sabemos si es niño o niña. Va de blanco (¿podría ser rosa?) pero no lleva
pendientes. Es un bebé y no importa el sexo. Sí importa la mirada curiosa, como
entre sueños, no sabemos si ensimismada o aún no del todo despierta. Tampoco
vemos de quién es la mano que sostiene el libro, padre o madre da lo mismo, si
bien intuimos que lo que está diciendo atrae la mirada infantil sobre el libro,
seguramente sobre una ilustración.
Este sencillo acto de atender a
la criatura despertando su curiosidad
está, en ese preciso momento, activando millones de conexiones cerebrales
en su cabecita. La persona que realiza ese sencillo acto está haciendo, en
buena medida, magia.
Porque es casi mágico que un bebé
sea capaz de aprender en pocos años todo lo que nuestra evolución como especie
ha ido descubriendo durante muchos miles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario