La familia, la madre y el padre
fundamentalmente, son los responsables de educar a la prole para desenvolverse
en la vida. Y digo esto aun compartiendo esa máxima de la Universidad de Padres
(para educar a un niño hace falta la
tribu entera), porque el resto de la familia y de la gente tiene, o va a tener, gran
importancia en tanto la criatura comience su socialización.
Educar es sinónimo de entrenar. De ser entrenadores. Entrenar es, pues,
dirigir los entrenamientos. Entrenar dirigiendo los comportamientos. Entrenar para expandir las inteligencias
potenciales de la criatura hacia la vida, las competencias esenciales. Éstas
han de ser: las afectivas (sentirse
respetad@, querid@, escuchad@...); las intelectuales
(cantar, bailar, pintar, jugar con las formas –ver foto-…); las relacionadas
con las tareas (guardar sus
juguetes, recoger la habitación…)
El entrenamiento no es siempre
divertido, ni tiene por qué serlo, sobre todo en lo que se refiere a las
tareas, porque tenéis que sacar la presencia de ánimo suficiente para inculcar a
pequeñas dosis la inteligencia del
esfuerzo, la de que para conseguir cosas hay que hacer más que pedir y
llorar: esforzarse.
Eso no es fácil para los padres
novatos. Ni para nadie cuando se trata de criaturas. Pero sabed que les
estaremos haciendo el mejor de los servicios.
El juego de la foto es, por
ejemplo, muy aleccionador. Si la criatura no acierta a la primera (suele ser
difícil) puede hacerlo después, y va a depender de la confianza que mostremos.
Se atrae su atención, lo hacemos una vez y animamos a que lo haga, celebrando
cada acierto. Si falla, acertará. Paciencia. Pero no dirijáis.
Bailar. Cantar. Leer. Dibujar.
Pasear. Contar historias. ESCUCHAR.
ESCUCHAR. ESCUCHAR. Son pozos de creatividad.
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