Somos seres incompletos. De un
modo u otro, con un plan o sin él, vivimos queriendo más, queriendo mejor,
deseando.
Hay personas que proyectan, que
piensan antes de actuar, y personas que no actúan de ese modo, que viven sobre
la marcha, que improvisan, que reaccionan, que primero disparan y luego preguntan.
Esos modelos han sido estudiados,
analizados, diseccionados y etiquetados. E, incluso, se han llegado a asociar
con determinados fenotipos[i], de modo que la persona improvisadora,
poco reflexiva, etc., se identifica con el carácter latino o, por mejor decir,
propio de gentes que viven donde hace sol y calor.
Es curioso, pero incluso se ha dicho que en tiempos del llamado Siglo de
Oro, época de sumo enconamiento de la Leyenda Negra, “…el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han
visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se
han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad,
la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y
hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las
acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello
en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y,
finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y
verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa
extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la
tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable
dentro del grupo de las naciones europeas...”.
A veces se diría que hemos
llegado a creernos esa leyenda. Que, como su propia denominación indica, es sólo
una leyenda. Y que es curioso que comenzase en Italia, donde las pugnas con
aragoneses y catalanes eran cotidianas y la maledicencia un arma no
despreciable.
Es cierto que España es la
patria del Buscón, de Bárcenas, del Pequeño Nicolás, de Fabra, de Matas, de
Filesa, del Lazarillo de Tormes, pero hemos dado a la Historia grandes nombres,
tanto de hombres como de mujeres, y eso es tan cierto como la Inquisición, los
impagos a las tropas que empujaban a éstas al pillaje y otros desmanes, el “qué buen vasallo de haber tenido buen señor”, etc.
Nos gusta el sol, la calle,
el bureo, pero también la calma y el recogimiento. Y el orden en las cosas.
Nadie, es cierto, ha
pensado -o por lo menos nadie ha llevado
a cabo- en una reforma de los estudios
infantiles. Nadie ha dado el paso de otorgar verdadera importancia a enseñar desde
primaria (o desde la guardería, incluso) las habilidades relacionales que van a
ser definitivas en el desarrollo del ser humano: colaborar, jugar, pararse,
pensar, tomar decisiones y ser responsables de ellas –desde hacerse la mochila
del cole y decidir qué llevar y en qué orden colocarlo-, desenvolverse en los
conflictos…por ejemplo.
Un curriculum de estudios
lleno de asignaturas memorísticas es el caldo de cultivo ideal para el
desinterés porque descarta la creatividad y, esencialmente, el ser humano es
creativo.
Puede que para quienes
peinamos canas ya sea tarde, pero no para tomar ese tipo de decisiones: si
nosotr@s no hemos podido disfrutar del privilegio de la creatividad, seamos al
menos capaces de sentarnos a establecer un suelo común para que este país
aporte no sólo, grandes atletas, grandes genios de las letras y las artes además de malos ejemplos para salir en los libros de historia,
sino muchas, muchísimas personas con un nivel crítico, creativo, artístico e intelectual que pueda
codearse con lo más granado del planeta.
Las personas así trazan
planes, tienen proyectos, persiguen metas, realizan tareas, revisan y corrigen,
son capitanes de su propio barco y conocen el modo de negociar las olas sin
perder el rumbo. Son esencialmente libres.
Hagamos de nuestra descendencia personas libres.
[i]
[i] Fenotipo. 1. m. Biol. Manifestación
visible del genotipo en un determinado ambiente. Genotipo.
. m. Biol. Conjunto
de los genes de un individuo
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