La siguiente frase de un maestro francmasón dicha y escrita en es una auténtica inspiración:
“El principal deber del hombre cara a sí mismo
es el de instruirse, y el principal deber del hombre frente a sus semejantes es
de instruirles.”
El deber puede ser, y de hecho lo
ha sido a lo largo de los siglos, interpretado desde muchos puntos de vista, tanto
por la filosofía, como por la moral, o la religión…
La brillantez de todas las
exposiciones a que han dado lugar tales puntos de vista, desde Kant (a través de la denominada razón
práctica autónoma) o a Hegel (a partir de lo que llamó la idea
absoluta), o a los marxistas (para quienes el deber es
algo puramente objetivo), me lleva a plantear este pequeño artículo,
humildemente, desde mi propio punto de vista, que nace y bebe de la
relación entre los seres humanos, nace y bebe de la interrelación.
El cumplimiento del deber, en una
época como la que estamos viviendo donde pareciera que la ciudadanía sólo tiene
derechos, todos los derechos, pero nadie habla ni escribe (por lo menos para
ser escuchado ni leído en masa), sobre deberes, es algo que no está de moda. He de decir que me parece una aberración
porque tener derechos sin dar nada a cambio no se corresponde con un Universo
cuyo equilibrio relacional parte del quid
pro quo, de dar y recibir, de izquierda y derecha, de luz y oscuridad, de
la dualidad, y sólo lo más elevado es UNO.
Es deber de todos y cada uno de
los ciudadanos sea cual sea su sexo, su religión, su origen o su status, hacer que su entorno sea igualitario en derechos y en deberes. Para
eso no hacen falta sesudos manuales ni hacen falta popes, o imanes, o rabinos u
obispos que nos recuerden cómo se hace, porque va incorporado de serie en
nuestro yo interior. Lo único que hemos de hacer es acallar las voces externas
y escuchar a la voz Interna, la que bucea en busca de la piedra bruta, la que
trabaja hacia adentro en cada momento de nuestra vida aunque el consciente no
lo reconozca.
Es curioso, por lo menos me lo
parece, pero fijémonos en cuántos sabios han
hablado y escrito acerca de que toda la sabiduría se halla dentro de nosotros,
de que no hay que buscar fuera sino que basta con mirar hacia dentro para
obtener las respuestas. Tales sabios han dicho y dicen la verdad aunque nos
cueste toda la vida reconocerla o, por lo menos, reconocerla en sociedad.
Los marxistas afirman algo que yo no puedo compartir plenamente: según ellos,
la conciencia es un reflejo de la realidad objetiva, un producto del desarrollo
social que no tiene cabida fuera de la relación social. Yo digo que sí la
tiene. Es más: que la conciencia es
anterior a lo social, algo así como el dilema entre el huevo y la gallina.
Sí, en cambio, entiendo que,
siendo la conciencia un complejo
de vivencias emocionales basadas en la comprensión de que el hombre tiene responsabilidad moral por su conducta para
con los suyos y para con la sociedad, la
sensación del deber cumplido habrá de venir
de la estimación, o el juicio, o el
balance efectuados por el propio hombre acerca
de sus actos y de su comportamiento.
Es curioso. Los marxistas dicen que la conciencia no es una
cualidad innata sino que está determinada por la posición del hombre en la
sociedad, por sus condiciones de vida, su educación. Y yo digo que es cierto,
pero sólo en parte, porque opino que CADA QUIÉN SABE, Y SABE MUCHO MÁS DE LO
QUE CREE QUE SABE, SÓLO QUE NO SE ESCUCHA.
La conciencia se halla estrechamente vinculada al deber. Claro que sí. El deber cumplido
produce la impresión de una conciencia limpia; la infracción del deber va
acompañada de los remordimientos de conciencia. La conciencia, pues, como
activa reacción del hombre en respuesta a las exigencias de la sociedad,
constituye una poderosa fuerza interna de perfeccionamiento moral del ser
humano. Claro que sí. Pero no sólo por lo que dicta la
sociedad, sino también porque dentro de cada uno de nosotros hay un código
grabado a fuego.
Ese código, ese QUID, está siendo
asfixiado por el PRO QUO de los derechos. Parece que a los mandamases
económicos y sociales les importa grandemente expandir cuántos derechos tenemos
y obviar cuántos y cuáles son nuestros deberes. Una sociedad como la nuestra,
que vive en el ruido permanente, en el bombardeo sistemático de estímulos
externos para que nos lleven a la sensación de carencia, al deseo, y en resumen
al miedo existencial, es el caldo de cultivo perfecto para crear personas con
una vivencia personal de conflicto que es la que interesa a quienes
mandan. El miedo construye siervos mientras que la
alegría edifica ciudadanía. Ya lo dijo Francisco de Quevedo: la ignorancia y el
miedo de los pobres comportan el bienestar y la holganza de los príncipes.
Preguntemos por ahí cuántos de
nosotros están alegres. Seguramente muy pocos. Estamos preocupados, tristes,
molestos, incómodos, cabreados…muchas expresiones para manifestar alguna forma
de miedo. Y ésa es la cara de la moneda en la que los poderosos nos quieren
instalados: el miedo.
Es obligación, para mí lo es,
hacer llegar a la gente (así, a la gente, entendida como masa; ¿por qué no?)
que la libertad y la alegría están dentro de nosotros, que los estímulos
externos nos instalan en el miedo porque los que mandan así lo han decidido.
Debemos mostrar al mundo qué es
para nosotros bucear dentro de cada cual.
Se pueden hacer grandes artículos teórioas sobre el deber, sobre qué es, pero
yo propongo, en mi absoluta pequeñez, que utilicemos nuestros medios (sean
éstos pocos o muchos) para expandir a los cuatro vientos que todo lo que el
hombre y la mujer necesitan está dentro, y que sólo hay que mirar ahí dentro
con amor, reconocimiento y en silencio para que las respuestas afloren.
Después, por supuesto, estará bien contrastar la información con quienes están
cerca (incluso CIBERCERCANOS), pero antes tenemos que enseñar a la gente a
parar y a mirar dentro. Ése es mi DEBER.
No hay comentarios:
Publicar un comentario