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viernes, 11 de abril de 2014

EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER

La siguiente frase de un  maestro francmasón dicha y escrita  en es una auténtica inspiración:
“El principal deber del hombre cara a sí mismo es el de instruirse, y el principal deber del hombre frente a sus semejantes es de instruirles.”
El deber puede ser, y de hecho lo ha sido a lo largo de los siglos, interpretado desde muchos puntos de vista, tanto por la filosofía, como por la moral, o  la religión…
La brillantez de todas las exposiciones a que han dado lugar tales puntos de vista, desde Kant (a través de la denominada razón práctica autónoma)  o a Hegel (a partir de lo que llamó la idea absoluta), o a los marxistas (para quienes el deber es algo puramente objetivo), me lleva a plantear este pequeño artículo, humildemente, desde mi propio punto de vista, que nace y bebe de la relación  entre los seres humanos,  nace y bebe de  la interrelación.
El cumplimiento del deber, en una época como la que estamos viviendo donde pareciera que la ciudadanía sólo tiene derechos, todos los derechos, pero nadie habla ni escribe (por lo menos para ser escuchado ni leído en masa), sobre deberes, es algo que no está de moda. He de decir que me parece una aberración porque tener derechos sin dar nada a cambio no se corresponde con un Universo cuyo equilibrio relacional parte del quid pro quo, de dar y recibir, de izquierda y derecha, de luz y oscuridad, de la dualidad, y sólo lo más elevado es UNO.
Es deber de todos y cada uno de los ciudadanos sea cual sea su sexo, su religión, su origen o su status, hacer que su entorno  sea igualitario en derechos y en deberes. Para eso no hacen falta sesudos manuales ni hacen falta popes, o imanes, o rabinos u obispos que nos recuerden cómo se hace, porque va incorporado de serie en nuestro yo interior. Lo único que hemos de hacer es acallar las voces externas y escuchar a la voz Interna, la que bucea en busca de la piedra bruta, la que trabaja hacia adentro en cada momento de nuestra vida aunque el consciente no lo reconozca.
Es curioso, por lo menos me lo parece, pero fijémonos en cuántos sabios han hablado y escrito acerca de que toda la sabiduría se halla dentro de nosotros, de que no hay que buscar fuera sino que basta con mirar hacia dentro para obtener las respuestas. Tales sabios han dicho y dicen la verdad aunque nos cueste toda la vida reconocerla o, por lo menos, reconocerla en sociedad.
Los marxistas afirman algo que  yo no puedo compartir plenamente: según ellos, la conciencia es un reflejo de la realidad objetiva, un producto del desarrollo social que no tiene cabida fuera de la relación social. Yo digo que sí la tiene. Es más: que la conciencia  es anterior a lo social, algo así como el dilema entre el huevo y la gallina.
Sí, en cambio, entiendo que, siendo la conciencia un complejo de vivencias emocionales basadas en la comprensión de que el hombre tiene  responsabilidad moral por su conducta para con los suyos y para con  la sociedad, la sensación del deber cumplido  habrá de venir de  la estimación, o el juicio, o el balance  efectuados por el propio hombre acerca de sus actos y de su comportamiento.  
Es curioso. Los marxistas dicen que la conciencia no es una cualidad innata sino que está determinada por la posición del hombre en la sociedad, por sus condiciones de vida, su educación. Y yo digo que es cierto, pero sólo en parte, porque opino que CADA QUIÉN SABE, Y SABE MUCHO MÁS DE LO QUE CREE QUE SABE, SÓLO QUE NO SE ESCUCHA.  
La conciencia se halla estrechamente vinculada al deber. Claro que sí. El deber cumplido produce la impresión de una conciencia limpia; la infracción del deber va acompañada de los remordimientos de conciencia. La conciencia, pues, como activa reacción del hombre en respuesta a las exigencias de la sociedad, constituye una poderosa fuerza interna de perfeccionamiento moral del ser humano.  Claro que sí. Pero no sólo por lo que dicta la sociedad, sino también porque dentro de cada uno de nosotros hay un código grabado a fuego.
Ese código, ese QUID, está siendo asfixiado por el PRO QUO de los derechos. Parece que a los mandamases económicos y sociales les importa grandemente expandir cuántos derechos tenemos y obviar cuántos y cuáles son nuestros deberes. Una sociedad como la nuestra, que vive en el ruido permanente, en el bombardeo sistemático de estímulos externos para que nos lleven a la sensación de carencia, al deseo, y en resumen al miedo existencial, es el caldo de cultivo perfecto para crear personas con una vivencia personal de conflicto que es la que interesa a quienes mandan.   El miedo construye siervos mientras que la alegría edifica ciudadanía. Ya lo dijo Francisco de Quevedo: la ignorancia y el miedo de los pobres comportan el bienestar y la holganza de los príncipes.
Preguntemos por ahí cuántos de nosotros están alegres. Seguramente muy pocos. Estamos preocupados, tristes, molestos, incómodos, cabreados…muchas expresiones para manifestar alguna forma de miedo. Y ésa es la cara de la moneda en la que los poderosos nos quieren instalados: el miedo.
Es obligación, para mí lo es, hacer llegar a la gente (así, a la gente, entendida como masa; ¿por qué no?) que la libertad y la alegría están dentro de nosotros, que los estímulos externos nos instalan en el miedo porque los que mandan así lo han decidido.
Debemos mostrar al mundo qué es para nosotros  bucear dentro de cada cual.
Se pueden hacer grandes artículos  teórioas sobre el deber, sobre qué es, pero yo propongo, en mi absoluta pequeñez, que utilicemos nuestros medios (sean éstos pocos o muchos) para expandir a los cuatro vientos que todo lo que el hombre y la mujer necesitan está dentro, y que sólo hay que mirar ahí dentro con amor, reconocimiento y en silencio para que las respuestas afloren. Después, por supuesto, estará bien contrastar la información con quienes están cerca (incluso CIBERCERCANOS), pero antes tenemos que enseñar a la gente a parar y a mirar dentro. Ése es mi  DEBER.


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