El próximo
29 de Octubre se cumplirán 138 años desde la fundación de la Institución Libre
de Enseñanza.
Son muchas
las semejanzas de aquellos tiempos con los nuestros. Quizá demasiadas.
Aquel 29 de
Octubre hacía pocos meses que se había promulgado una nueva Constitución. Porque
el convulso siglo XIX alumbraría, sucesivamente,
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La Pepa de 1812;
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después el Estatuto Real de 1834;
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más tarde, la Constitución de 1837;
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años después la de 1845;
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otra en 1869;
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y por fin la de 1876, última del siglo XIX y
coetánea al nacimiento de la Institución Libre de Enseñanza. Supuso un fuerte
retroceso en libertades, respecto de alguna anterior, de tendencia más liberal.
Pero la Institución Libre de
Enseñanza no nació con finalidad
política. O sí, según se mire, pero política con mayúsculas, porque era una nueva
iniciativa pedagógica, una nueva forma de enseñar a aprender, con libertad de enseñanza y libertad de cátedra, desde la inviolabilidad
de la conciencia científica y una negativa
radical a cualquier dogma.
La
Institución Libre de Enseñanza, que había
nacido de las ideas del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, creador
del más tarde denominado “krausismo”, proponía la regeneración de las
costumbres, la modernización a partir de la preparación cultural de un nuevo tipo de persona capaz de
tener criterios propios, afán de autocrítica y de crítica constructiva, capaz
de hacer frente al descalabro social y moral del país; una persona culta e
instruida.
Yo quiero
eso para mis descendientes. ¿Quién no?
Para
llegar a eso opino que hemos de rechazar proactivamente los cambios continuos
de Leyes de Educación según cambia la orientación del gobierno porque es
inadmisible. Para nuestros hijos y para su equilibrio. Si en 1876 era analfabeta una gran parte de la
población (cerca de tres cuartos), ahora no es así. Y si entonces la aparición
de la Institución Libre de Enseñanza abrió a muchas personas la posibilidad de
educarse y de hacerlo bien, ahora podría ser igual de adecuada.
Ya hemos sido testigos de cómo preñar la Educación
de ideología es una inmensa cobardía y una desfachatez malsana. No caigamos en
la misma trampa ni en el mismo error.
Hemos de ser
conscientes de que a la Educación en España le hace falta un Gran Consenso, un Pacto de Estado para la Educación.
Ahora que se habla
tanto de Finlandia como ejemplo de educación puntera, repasemos lo que hicieron: pusieron a la educación por
delante de otras prioridades. Recién escindidos de Rusia, sin un lugar en el mundo,
altamente dependientes de su anterior cobijo, decidieron empezar desde abajo y
pusieron toda la carne en el asador educativo. No les cupo otro remedio,
sacaron su orgullo y su grandeza, aparcaron diferencias. Y ahora son un
ejemplo. Pero habría más ejemplos: Corea del Sur.
La extraordinaria
pequeñez de nuestr@s polític@s, fiel reflejo de esta España con predominio de
un sector terciario de escasa calidad, no augura altura de miras para llegar a
un pacto de Estado por la educación. Con la derecha bien apoyada en la iglesia
católica, encerrada en sus postulados elitistas, y la izquierda (?) entre
zoombie y dividida, parece ser la hora de volver a los postulados de la Institución
Libre de Enseñanza.
Que la dictadura le
diese el rejón de muerte ya es un punto que hace simpatizar con su utilidad
para “hacer” ciudadan@s libres. Ante la falta de un pacto de Estado yo me
pregunto, ¿Qué fue de la Institución Libre de Enseñanza? ¿Será capaz la
sociedad civil de reverdecer los laureles de aquella estupenda iniciativa?
¿Existe algo parecido? ¿Podemos
hacer algo para volver sobre nuestros pasos y acercársela a las generaciones
venideras?
Investiguemos sobre la Inteligencia Ejecutiva, como la
denomina José Antonio Marina. El orden la ética, la organización y
autoorganización y las habilidades sociales son su tesoro más valioso. Nuestra
obligación como padres, tíos, abuelos, es proporcionar las herramientas para
que, si lo hacemos, este país pueda
tener otro futuro. Está en nuestras manos.
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