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jueves, 7 de agosto de 2014

LA MEDIACIÓN EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

Cuando, en 1.985, Gabriel García Márquez publicó “El amor en los tiempos del cólera”,  entiendo que nos regaló a sus muchos lectores, entre otras grandísimas cosas, una buena metáfora acerca de los avatares, las etapas, los vaivenes de lo que supone una mediación.



Desde las dudas con que Fermina Daza aborda su matrimonio con el doctor Juvenal Urbino hasta la mixtura existencial de los sentimientos de Florentino Ariza hacia Fermina, mixtura de obsesión, ensoñación y terquedad platónica, puedo recrear qué percibo yo, mediador, en un espacio compartido con dos contendientes.



El matrimonio de Fermina y Juvenal refleja adecuadamente, a mi modo de ver, los espíritus con que las personas se acercan a la mediación, en cierto sentido estereotipadas: Fermina se decide a casarse con Juvenal para salir del tedio y probar cosas nuevas, incluido eso de si es verdad que el amor se puede aprender con el tiempo cuando no se siente. Y Juvenal se casa convencido de que Fermina Daza es la mujer que quiere para compañera y cómplice, además de para madre de sus hijos, aun sabiendo de las dudas de ella y, también, a pesar de que él tampoco está enamorado.



Del mismo modo, en pocos casos vienen las partes a una mediación con el mismo nivel de convicción o de confianza. Salvo en contadas ocasiones, que suelen ser coincidentes con alguna buena experiencia anterior, las partes se acercan expectantes, alertas, casi siempre desde posiciones preconcebidas que el mediador, observador privilegiado y timonel elegido de consuno para llevar la nave a buen puerto, ha de capear negociando las olas que las corrientes y los vientos –las actitudes y reacciones de los contendientes- ocasionan.



En palabras de Daiana P. Martín Antonio, la obra de Gabriel García Márquez citada es un compendio acerca del amor y sus múltiples variantes, un estudio sobre el paso del tiempo que destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria y sus infinitos laberintos.

Y la memoria, el pasado reciente o lejano, los desencuentros con el otro, dibujan un laberinto en cada mediación.

En la época que narra Gabo, los síntomas del amor se confundían con los del cólera por la suerte de desajustes físicos y de comportamiento que aparejaban. Es bien cierto que él no nos habla expresamente del miedo (por contraposición al amor), pero desde el momento en que dibuja, diseña y construye conceptos tales como la  fidelidad, que es interpretado como sinónimo de lealtad en palabras de la autora citada, y que, según ella “ …no hay nada comparado a la lealtad en una pareja a condición de que se establezcan las reglas del juego desde el principio, y que ambas partes las cumplan sin engaños de ninguna clase: lo único que esa lealtad no puede soportar es la mínima violación de las reglas establecidas…”., se me aparece la humana contradicción amor/miedo, se me presenta como el escenario clásico de una mediación.

El cólera como síntoma/metáfora del miedo, como detonante de actitudes defensivas que el buen mediador administra o ha de administrar. Se producen, es normal que se produzcan, situaciones que los profesionales de la mediación hemos de mirar con perspectiva, porque son portadoras de una crudeza inenarrable, la crudeza de la vida expresándose tal cual es. Y apreciar, reconocer, sacar a la luz de los clientes esa crudeza para que se den cuenta de que son ellos, precisamente, sus creadores, que las olas que están levantando son aprovechables para llegar al puerto deseado.

Quien se acerque a la mediación a probar algo nuevo, es muy posible que lleve consigo ideas prefijadas, del tipo, que Jeff Kichaven (y coincido con él) rechaza de plano: en las sesiones de mediación no se trata de quemar incienso, de artificializar  creando un microclima que resulte impostado, sino de pactar unas reglas previamente, y seguirlas a rajatabla siempre y cuando sirvan a la causa. Han de saber, de nuestra boca, los contendientes que la cólera como emoción, que la ira, tienen un papel muy importante, pero con una condición: el respeto, siempre, por supuesto, recíproco.

Fermina Daza vive durante muchos años un remedo de amor por Florentino Ariza, amor que se alimenta del misterio, de los silencios, de los vacíos que se llenan al modo de cuando Jorge Wagensberg dice eso de que “…las lagunas del conocimiento suelen ser inundaciones de sólidas creencias…”  Se podría tachar tal amor de mezquino, o cobarde, o de cualquier otro modo, pero es una, otra, forma de amor. También el de su marido Juvenal Urbino, quien en el fondo busca algo así como una buena jaca para los cachorros que han de venir.

¿Por eso podríamos juzgarles severamente?  Siguiendo la metáfora, ¿podemos juzgar a los clientes porque no se acerquen a nosotros con los corazones abiertos, dispuestos a todo lo bueno?

La mediación es una forma de expresión de la vida, una expresión de la valentía o la cobardía, un espejo de lo que somos y de cómo afrontamos lo que nos pasa. Los recelos que despierta nos gritan, más que susurrarnos, de qué estamos hechos.

El amor y el miedo son dos caras de la misma moneda. Forman parte de nuestra naturaleza.


Carlos Urrestarazu
Mediador




BIBLIOGRAFÍA

Diana P. Martín Antonio : Análisis general de “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez (www.monografias.com

Jeff Kichaven : “Mediation is not for sissies” (www. Mediate.com)

Nora Femenia : “Curso on line sobre Mediación Apreciativa”

Carlos Urrestarazu : “Una estrategia marinera”

Gabriel García Márquez : “El amor en los tiempos del cólera”

Jorge Wagensberg : “Si la naturaleza es la respuesta, ¿Cuál era la pregunta?”



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