Cuando, en 1.985, Gabriel García
Márquez publicó “El amor en los tiempos del cólera”, entiendo que nos regaló a sus muchos lectores,
entre otras grandísimas cosas, una buena metáfora acerca de los avatares, las
etapas, los vaivenes de lo que supone una mediación.
Desde las dudas con que Fermina
Daza aborda su matrimonio con el doctor Juvenal Urbino hasta la mixtura
existencial de los sentimientos de Florentino Ariza hacia Fermina, mixtura de
obsesión, ensoñación y terquedad platónica, puedo recrear qué percibo yo,
mediador, en un espacio compartido con dos contendientes.
El matrimonio de Fermina y
Juvenal refleja adecuadamente, a mi modo de ver, los espíritus con que las
personas se acercan a la mediación, en cierto sentido ester eotipadas:
Fermina se decide a casarse con Juvenal para salir del tedio y probar cosas
nuevas, incluido eso de si es verdad que el amor se puede aprender con el
tiempo cuando no se siente. Y Juvenal se casa convencido de que Fermina Daza es
la mujer que quiere para compañera y cómplice, además de para madre de sus
hijos, aun sabiendo de las dudas de ella y, también, a pesar de que él tampoco
está enamorado.
Del mismo modo, en pocos casos
vienen las partes a una mediación con el mismo nivel de convicción o de
confianza. Salvo en contadas ocasiones, que suelen ser coincidentes con alguna
buena experiencia anterior, las partes se acercan expectantes, alertas, casi
siempre desde posiciones preconcebidas que el mediador, observador privilegiado
y timonel elegido de consuno para llevar la nave a buen puerto, ha de capear
negociando las olas que las corrientes y los vientos –las actitudes y
reacciones de los contendientes- ocasionan.
En palabras de Daiana
P. Martín Antonio, la obra de Gabriel García Márquez citada es un compendio
acerca del amor
y sus múltiples variantes, un estudio sobre el paso del tiempo
que destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria
y sus infinitos laberintos.
Y la
memoria, el pasado reciente o lejano, los desencuentros con el otro, dibujan un
laberinto en cada mediación.
En la época que narra Gabo, los síntomas del amor se confundían con los
del cólera por la suerte de desajustes físicos y de comportamiento que
aparejaban. Es bien cierto que él no nos habla expresamente del miedo (por
contraposición al amor), pero desde el momento en que dibuja, diseña y
construye conceptos tales como la fidelidad, que es interpretado como
sinónimo de lealtad en palabras de la autora citada, y que, según ella “ …no
hay nada comparado a la lealtad en una pareja a condición de que se establezcan
las reglas del juego
desde el principio, y que ambas partes las cumplan sin engaños de ninguna
clase: lo único que esa lealtad no puede soportar es la mínima violación de las
reglas establecidas…”., se me aparece la humana contradicción amor/miedo, se me
presenta como el escenario clásico de una mediación.
El cólera como síntoma/metáfora del miedo, como detonante de actitudes
defensivas que el buen
mediador administra o ha de administrar. Se producen, es normal que se
produzcan, situaciones que los profesionales de la mediación hemos de mirar con
perspectiva, porque son portadoras de una crudeza inenarrable, la crudeza de la
vida expresándose tal cual es. Y apreciar, reconocer, sacar a la luz de los
clientes esa crudeza para que se den cuenta de que son ellos, precisamente, sus
creadores, que las olas que están levantando son aprovechables para llegar al
puerto deseado.
Quien se acerque a la mediación a probar algo nuevo, es muy posible que
lleve consigo ideas prefijadas, del tipo, que Jeff Kichaven (y coincido con él)
rechaza de plano: en las sesiones de mediación no se trata de quemar incienso,
de artificializar creando un microclima que resulte impostado,
sino de pactar unas reglas previamente, y seguirlas a rajatabla siempre y
cuando sirvan a la causa.
Han de saber, de nuestra boca, los contendientes que la
cólera como emoción, que la ira, tienen un papel muy importante, pero con una
condición: el respeto, siempre, por supuesto, recíproco.
Fermina Daza vive durante muchos años un remedo de amor por Florentino
Ariza, amor que se alimenta del misterio, de los silencios, de los vacíos que
se llenan al modo de cuando Jorge Wagensberg dice eso de que “…las lagunas del
conocimiento suelen ser inundaciones de sólidas creencias…” Se podría tachar tal amor de mezquino, o
cobarde, o de cualquier otro modo, pero es una, otra, forma de amor. También el
de su marido Juvenal Urbino, quien en el fondo busca algo así como una buena
jaca para los cachorros que han de venir.
¿Por eso podríamos juzgarles severamente? Siguiendo la metáfora, ¿podemos juzgar a los
clientes porque no se acerquen a nosotros con los corazones abiertos,
dispuestos a todo lo bueno?
La mediación es una forma de expresión de la vida, una expresión de la
valentía o la cobardía, un espejo de lo que somos y de cómo afrontamos lo que
nos pasa. Los recelos que despierta nos gritan, más que susurrarnos, de qué
estamos hechos.
El amor y el miedo son dos caras de la misma moneda. Forman parte de
nuestra naturaleza.
Carlos
Urrestarazu
Mediador
BIBLIOGRAFÍA
Diana P.
Martín Antonio : Análisis general de “El amor en los tiempos del
cólera” de Gabriel García Márquez (www.monografias.com)
Jeff Kichaven : “Mediation is
not for sissies” (www. Mediate.com)
Nora Femenia : “Curso on line sobre Mediación Apreciativa”
Gabriel García Márquez : “El amor en los tiempos del cólera”
Jorge Wagensberg : “Si la naturaleza es la respuesta, ¿Cuál era la pregunta?”
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